Imaginen a un periodista canadiense experto en música pop atendiendo a un concierto de las “Suites para Violonchelo” de Bach en el jardín de la villa que Pau Casals se hizo construir en su pueblo natal, El Vendrell. Pues tal es el origen de este libro redactado para profanos como solo saben hacerlo los autores al otro lado del Atlántico: en tono distendido, ágil, divertido y divulgativo, en una lectura que se acaba en un suspiro. Siblin nos va a narrar su descubrimiento de las Suites, del propio Bach, de Pau Casals, con la historia de la guerra de España como trasfondo y la contumaz postura de nuestro gran
violonchelista de todos los tiempos frente al franquismo.

La traducción al castellano está hoy en día agotada (¡sí!, ¡parece que también se agotan los libros sobre música!), por lo que hemos utilizado la estupenda edición inglesa, con una portada mucho más acertada, desde luego.

 

The Cello Suites

The Cello suites, by Eric SiblimThe Cello Suites, Eric Sibling; 319 pags, Harvil Secker, Londres, 2010

Las suites para violonchelo

Las suites para violoncheloLas suites para violonchelo: En busca de Pau Casals, J.S. Bach y una obra maestra , Turner, 2011; traductor: Julio Fajardo Herrero, 324 pags.

La obra sigue la estructura de las Suites para recorrer tres líneas argumentales, a saber, la experiencia propia del autor en un viaje iniciático y de descubrimiento de una de las obras maestras de la música, la vida de nuestro gran Pau Casals y la del propio Bach, en un relato que tiene algo de Indiana Jones en su excavación arqueológica de un pasado no tan lejano.

Proseguimos entonces en la villa de Casals, hoy convertida en museo: frente al mar y rodeada de verdes prados, la villa todavía conserva la máscara mortuoria de Beethoven que Granados le regalara a Casals, el mechón de pelo de Mendelssohn en un marco dorado, la colección de esculturas de Maillol, Josep Clará, Rusiñol y demás artistas catalanes modernistas de la Sala Parés, que Casals coleccionó con sabiduría y el delicado retrato que le hiciera Ramón Casas. Hoy en día constituye la Fundación y Museo Pau Casals.

Retrato de Pau Casals, por Ramón Casas
Villa de Pau Casals en El Vendrell
Galería de esculturas en el museo Pau Casals

De ahí pasamos sin solución de continuidad a una tarde de 1890, Pau Casals tenía trece años y caminaba con su padre por las Ramblas de Barcelona buscando partituras en tiendecitas de libros de viejo. Su padre habría querido que Pau fuese carpintero, pero su madre se empeñó en llevarle a estudiar música a Barcelona al percatarse de las dotes del niño. Aquel día, Pau acababa de estrenar su primer violonchelo cuatro cuartos. De pronto, en sus manos cae una extraña partitura, ¿música para violonchelo solo compuesta por Bach? No se sabía que Bach hubiera compuesto nunca música alguna para este instrumento solo. Pau Casals dedicará doce años más de su vida a tocar estas partituras diariamente hasta atreverse a estrenarlas en público.

Guiado por su madre, el joven Pau pronto se hace un nombre, la reina María Cristina le acoge en la corte, le financia sus estudios e incluso le regala un zafiro que Casals mandaría incrustar en su arco. Pero poco tenía que hacer en España en aquella época un joven violonchelista de veintidós años, por lo que marchará a estudiar a París. Allí formará el famoso trío con uno de los mejores pianistas de todos los tiempos, Alfred Cortot, y el gran violinista Jacques Thibauld. Les llamaban con razón, la Santísima Trinidad, unos músicos en estado de gracia que recorrieron todo el continente envueltos en gloria.

Mientras, el autor relata también la dedicada vida de Bach a la música y su extensa familia. Un hombre que nunca fue famoso en vida, ya que su carrera se desarrolló en Alemania antes de que Alemania fuese dicho país, nunca vivió en una gran ciudad ni compuso ninguna ópera. La polifonía no estaba de moda. En realidad, la figura de Bach no quedará rehabilitada hasta 1829 y el culpable será Mendelsshon, que se empeñó en dirigir su Pasión según San Mateo .

Casals estrena las “Suites para violonchelo” de Bach ante un público variopinto, entre el que hubo alguien que las encontró aburridas (el gran poeta Heine) y alguien que las encontró peculiares (Hegel). A continuación, marchará de gira por EEUU, jugará al poker con los cowboys de Texas, asistirá a un torneo de boxeo en Baltimore; y finalmente tocará las Suites para Edward Grieg, que exclamará impresionado: “¡este hombre no actúa, resucita!”

Nuestro autor vuelve a su época y narra su propia experiencia tratando de tocar el violonchelo, pero tan solo conseguirá tocar con maestría “Twinkle Twinkle Little Stars”. Asiste a un recital de las Suites de Bach para violonchelo en una pequeña iglesia de Montreal, mientras toda la ciudad está atenta al multitudinario concierto de U2. Si este último fue una explosión de tecnología, el de Bach era el epítome de la austeridad tecnológica: la belleza de la música pura en una iglesia en la que, por no haber, no había ni luz. Tampoco era necesaria.

Siblin se encamina a entrevistar a Mischa Maisky, que le recibe en su mansión de París con una gruesa cadena de oro al cuello y en pantalones de pijama. Maisky le cuenta su relación como violonchelista con las Suites de Bach, tan intensa que la barandilla de la casita de invitados de su mansión está construida con todas las notas de la Sarabanda de la quinta Suite forjadas en hierro. Maisky narra la grandeza de las Suites, como pasaron de ser consideradas meros ejercicios técnicos a piezas de una enorme profundidad, que cada violonchelista realmente tiene que interpretar a su manera, debido a la usencia de anotaciones. De hecho, la sexta suite está pensada para cinco cuerdas frente a las cuatro que tiene el violonchelo. Cada intérprete debe utilizar registros alternos para dar la impresión de múltiples líneas y una armonía implícita, recóndita, para ofrecer profundidad. Aún así, nada de esto explica la intensidad e interioridad de esta música.

Mientras, en España se suceden los acontecimientos. El día del levantamiento del general Franco, mientras toda Barcelona huía, Casals reunió a sus músicos para interpretar el último movimiento de la novena de Beethoven. Mientras los nacionales bombardeaban y en el Liceo todos echaban a correr, él cogió su instrumento y comenzó a tocar una Suite de Bach. Se dice que los músicos, al escucharla, regresaron.

Finalmente, Casals, republicano convencido, decide abandonar su villa de El Vendrell y marchar al exilio, ya nunca regresará en vida. Casals se exilia a Prades, un pueblecito de los Pirineos franceses donde apenas se podrá alimentar de patatas, nabos y judías, estará sin tocar en público durante catorce años. Allí recibirá un día a visita de Alfred Cortot que, abatido, le confesará su colaboracionismo con los alemanes.

El compromiso de Casals con las Suites es el mismo que tuvo con su país y la República española: el de la más absoluta integridad y nobleza. La grabación de las Suites en Londres trascurre paralela al terrible relato de la guerra de España, mientras Casals pide ayuda para la República y los refugiados, con escaso éxito. La grabación de Quinta y Sexta Suites coincide con el recibimiento de Hitler a la Legión Condor y de Mussolinni a los soldados italianos tras la toma de Cataluña. La tristeza y la tragedia se traslucen en una grabación abatida.

Será tan integro en su compromiso con la Republica española que se negó a tocar para Hitler, como se negaría a tocar en cualquier país que reconociese al gobierno franquista. Tan solo por el aniversario de Bach, Casals se animó a dar un concierto en la iglesia de Prades. ¡Franco mandó cerrar las fronteras pensando que, junto al violinista ruso que le acompañaba, planeaban una invasión comunista de España junto a toda su guerrilla! No olvidemos que Queipo de Llano juró que cuando Casals fuese capturado, mandaría que le cortaran ambos brazos a la altura de los codos.

Casals conoce a su futura segunda esposa, una bella portorriqueña de dieciocho años con la que contraerá matrimonio para trasladarse a Puerto Rico, el tenía ochenta años y ella también era violonchelista. Casals volverá a tocar para Naciones Unidas el “Himno de la paz” y una conmovedora canción de su infancia “Le chant des ocells”, no sin antes pedir que el concierto se realizara en la sede, lugar neutral, pues se negaba a pisar suelo estadounidense, país que no condenaba el régimen franquista.

Bach muere mientras está componiendo la Fuga 14 del “Arte de la fuga”, precisamente con las notas que llevan las letras de su nombre. Pau Casals muere dieciséis años después de haberse casado con Marta. Si hubiera sido carpintero como quería su padre, ¿cuál habría sido el destino de las Suites?, ¿se tocarían hoy en día? Es más… ¿se tocará la música de U2 dentro de 300 años?… ¿Es posible que solo sea necesario un humilde instrumento de madera para lograr tal poder sonoro y sensible?, se pregunta nuestro autor.

El cuerpo de Casals, como el Guernica, no regresará España hasta la primera democracia, tal y como expresó en sus últimos deseos. Cuarenta años después de haber marchado al exilio, su cuerpo volverá a su adorado El Vendrell, en cuyo cementerio está enterrado. Su violonchelo, Pablito, se encuentra hoy en manos del violonchelista americano Amit Peled, que ha vuelto a interpretar las Suites de Bach con él. Numeroso chelistas han interpretado desde entonces una partitura perdida y recuperada por un muchacho de trece años: desde Yo Yo Ma a la magnífica interpretación de Jean-Guihen Queyras esta primavera en el Auditorio Nacional de Madrid. Unas piezas que, como el propio Queyras ha dicho, no solo se tocan, sino que se habitan. Con ese sonido, que evoca una lucida tristeza, como dijera en su día Rostropovich, y las palabras de un violonchelista que vivió dos guerras y cuarenta años en el exilio, debe quedarse ahora el lector.

Discurso de Casals:

«La pregunta que ya de joven me había desasosegado en Barcelona, cuando por vez primera se me hizo consciente la miseria humana y el comportamiento inhumano de un hombre para con otro: ¿Fue creado el hombre para esto? A veces me dominaban el horror y la desesperanza. La vida de un único niño me es más valiosa que toda mi música, pero en medio del delirio de la guerra debo agradecer ante todo a mi música el no haberme vuelto loco. La música fue lo único que me confirmó que el hombre también puede engendrar cosas bellas, el mismo hombre que ahora diseminaba muerte y atrocidad.

Quizá sea en aquellos tiempos en los que la maldad y el odio son los triunfadores cuando se vuelve más importante que nunca cuidar de aquello que ennoblece al hombre. Durante la guerra, algunos eran tan ciegamente coléricos en su odio que trataron de suprimir también la música alemana. Pero yo consideré más necesario que nunca interpretar las obras de Bach, de Beethoven y de Mozart, en las que la humanidad y la fraternidad habían cobrado forma de modo ejemplar.»