Si me pongo a pensar en mis intérpretes favoritos de violín, caigo en la cuenta de que la mayoría son mujeres. Y creo que no soy un caso especial en esto, sino que realmente hoy en día hay, como mínimo, tantas genias del violín como genios. Y este hecho no tiene ninguna significación especial hoy en día, pero contrasta con otras épocas y otros ámbitos

Porque esto no siempre fue así.

Vamos a echar un vistazo al monumental e histórico libro sobre el violín, «The violin«, cuyo autor, el inglés George Dubourg, recopiló la que es probablemente una de las más exhaustivas y completas obras sobre el instrumento y sus músicas jamás escritas. O eso podríamos pensar, tras ver su índice: • Origen e historia del violín • la escuela italiana • Paganini • la escuela francesa • la escuela alemana • la escuela ingresa • violinistas amateurs • sobre la construcción del violín • anécdotas y otras curiosidades…» y un capítulo final en forma de addendum (como si alguien le hubiera llamado la atención sobre cierta carencia de su obra) llamado «• Female violinists«.

«Esta sección de la Obra, que debería haber formado el Capítulo VIII (el capítulo dedicado a los amateurs, N. del T.), fue omitida accidentalmente en la impresión, y no quedó más remedio que insertarla aquí o, mediante un despido totalmente contrario a las leyes de la galantería y de la justicia, excluirlo por completo, y así prohibir a una parte de la comunidad toda participación en los honores relacionados con el «Rey de los Instrumentos», una idea que no se debe considerar ni por un momento. Si en este volumen, como en un ejército en campaña, las damas se encuentran completamente en la retaguardia, atribuyan esa posición (…), a cualquier cosa menos a una falta de respeto.»

Pues nada, apliquemos el principio de caridad y supongamos que fue realmente un error técnico el que condujo a una posterior reimpresión, y no un olvido inconsciente inscrito en en la psique de la época (mediados de siglo XIX). A continuación, las explicaciones se enrevesan para intentar definir el papel de la mujer en el mundo del violín, y no dejan de chirrían algunas expresiones, quizás dando por hecho que los lectores probablemente también serían todos hombres:

¿En lugar de un arco, a las damas sólo se les debe permitir el brazo de un galán? ¿Por qué una dama no debería tocar el violín? La objeción común es que es poco elegante. Sin embargo, las damas del Decamerón de Boccaccio (¿quién las acusaría de falta de gracia?) tocaban la viola, un instrumento de arco que requería por parte del intérprete una posición y un manejo similares a los que exige el violín. Si se admite que este último instrumento, considerado en relación con una dama, es algo deficiente en gracia, ¿acaso la dama, de la desbordante abundancia de esta cualidad, que es característica de su sexo, no tiene algo de sobra para expresarse con el instrumemnto?

En los mismos párrafos, el autor lisonjea a las mujeres en lo relativo a su «feminidad» mientras emprende extrañas circunvoluciones elucidando si la práctica del violín es compatible con dicha feminidad .

¿No puede impartir (la mujer) algo de esa gracia con cualquier objeto con el que elija relacionarse? Seguramente, quien puede transformar al más rudo de los seres de un oso a un hombre, y de un hombre a un caballero, puede aportar algunos encantos de sobra a un receptor tan agradecido como el violín, que devuelve de una manera tan elocuente. las atenciones que se le prestan. Pero si los escépticos siguen negando esto, les preguntaría si, después de todo, ¿debemos esperar gracia en cada acto y hábito de la vida de una dama, y pedirle que rechace todo lo que pueda considerarse inconsistente con ella? Respetada y bella puede, como Eva, tener «el cielo en sus ojos»; pero en realidad, considerando algunos de los oficios que nos complacemos en imponerle, parece demasiado insistir en que tenga también, como nuestra madre original, «gracia en todos sus movimientos» ¿Hay gracia en hacer un pastel, cortar pan con mantequilla o zurcir una media? Si tenemos gracia en los resultados, ¿seremos rígidos para exigirla también en los significados? Ahora bien, la gracia que pertenece a tocar el violín es más audible que visible, y reside en el efecto más que en los medios: ni debemos ser tan intransigente como para exigir que la persona que llena nuestros oídos de éxtasis, al mismo tiempo encante al máximo nuestros ojos.

Si, por tanto, una dama, llena de alma e inteligencia, es capaz de expresarlas a través del excelente medio que este instrumento ofrece, ¿debería ser excluida de ello, y restringida tal vez al arpa, porque, en verdad, la gracia se asocia más a esta última? Seamos lo suficientemente razonables como para contentarnos, en principio, con el delicioso efecto que nos visita a través de los oídos, y entonces no prestaremos atención hipercrítica al movimiento rápido del brazo de una dama en un presto, ni al ángulo de la cabeza al sostener el instrumento; ni seguiremos exigiendo, con una pertinacia más amable que sabia, que una violinista sea…

“Grácil como Diana cuando tensa su arco”.

¡Eureka, el autor aprueba la práctica de violín por las mujeres!

Pues bien, así era el mundo a finales del siglo XIX, y así se les exigía a las mujeres ciertas formas de ser y actuar que se sentían como propias de su sexo (de la misma manera que se esperaba de los hombres otras formas de actuar también muy definidas y de las que era difícil escapar).

Y es por eso que es aun más meritorio cuando mujeres de la época rompían con las estructuras sociales y mentales a las que todos nos vemos sometidos y, guiadas por un impulso interior, alcanzaban la excelencia en disciplinas tradicionalmente reservadas a los hombres.

Así que el autor enumera los nombres de algunas mujeres que destacaron en la interpretación del violín:

Maddalena Lombardini Sirmen, compositora, cantante y violinista alumna del gran Tartini, y de quien se dice que llegó a revalizar con el mismo Nardini.

La francesa Louise Gautherot, quie nen 1789 llegó a ofrecer conciertos en los London Oratorios, causando gran impresión entre el público.

Luigia Gerbini, alumnas de Viotti, que alcanzó un crédito considerable como intérprete. En 1799, interpretó con gran éxito de algunos conciertos para violín en el Teatro Italiano de Lisboa, así como en Madrid en 1801 y, algunos años después, en algunos conciertos públicos en Londres.

Otra alumna de Viotti, «La signora Paravicini«, que impresionó a Josefina, la esposa de Bonaparte, quien la contrató para instruir a su hijo, y tuvo bastante éxito en Milán. Su actuación fue muy admirada también en Viena, donde, en 1827, «mostraba un tono pleno y puro, un toque que poseía la solidez y la decisión de la excelente escuela en la que se formaron un Kreutzer y un Lafont, y un movimiento de arco tan elegante que vence a todas las ideas preconcebidas sobre la torpeza del instrumento en manos femeninas».

La genovesa Catarina Calcagno, que recibió, siendo niña, algunas instrucciones de Paganini y, con solo quince años, asombraba a Italia por la intrépida libertad de su forma de tocar, aumque no parece haber dejado rastros de su carrera más allá de 1816.

Madame Krahmen, quien, en 1824 ejecutó un concierto para violín de Viotti, «con gran espíritu y efecto», en un concierto en Viena.

Eleanora Neumann, de Moscú, alumna del profesor Morandi, que también asombró al público de la misma manera en Praga y en Viena cuando apenas contaba con diez años. Se decía que «trataba el instrumento con gran efecto y con una precisión y pureza de tono que no siempre se encuentran ni en niños mayores, que se contentan con sustituir estos requisitos esenciales por hazañas de habilidad».

Madame Filipowicz, de origen polaco, quien «nos ha dado pruebas, en Londres del éxito con el que se puede ejercer la influencia femenina sobre los instrumentos más difíciles».

Pero hay una figura que, ya entrados en el siglo XX, produjo gran impacto en sus primeros años para irse apagando poco a poco.

Kathleen Parlow

Conocí hace poco a esta violinista por una noticia que leí sobre nuestra María Dueñas, quien la habría encarnado en la película Opus 28, cinta dirigida por Sofia Bohdanowicz y centrada en la conocida como «Dama del arco dorado».

La película está inspirada en la historia real del descubrimiento del manuscrito para violín «Opus 28» del compositor noruego Johan Halvorsen, interpretado originalmente en 1909 por Kathleen Parlow, a quien la pieza fue dedicada.

partitura Opus 28

Portada del manuscrito del concierto de violín de Johan Halvorsen

La historia de la desaparición y reencuentro de esta composición fue así: en 1909, el compositor noruego Johan Halvorsen escribió un concierto para violín que dedicó a la prodigio canadiense del violín Kathleen Parlow, quien entonces contaba dieciocho años. Parlow interpretó la pieza por primera vez en agosto de ese año en los Países Bajos, pero aparte de dos representaciones más que realizó, se cree que la obra nunca más volvió a escucharse y la obra se consideró perdida.

Pero en 2016, más de un siglo después, mientras digitalizaba partituras en la biblioteca de la Facultad de Música de la Universidad de Toronto, James Mason, trabajador de dicha Universidad, tropezó con la partitura del concierto mientras realizaba tareas rutinarias. “Se lo llevé a mis colegas y les dije: ‘¿Es esto lo que creo que es?’”.

Y es que se sabe que Halvorsen acostumbraba a destruir obras propias que no le gustaban o no recibían el recibimiento que esperaba. «La leyenda es que estaba molesto con las críticas de los conciertos (de Parlow), por lo que destruyó las partituras», dijo Mason. «No habíamos caído en que había hecho una copia para la propia Parlow«. Y es que el público lo había recibido con entusiasmo, pero los críticos lo atacaron supuestamente por carecer de una forma convencional. Aunque Parlow también había planeado representar la obra en Inglaterra, Países Bajos y Estados Unidos, solo la interpretó una vez más, en Utrecht en 1910. Y esa fue la última vez que se pudo escuchar en más de un siglo porque cuando Halvorsen se jubiló en 1929, quemó varios manuscritos, y entre los que se encontraría el concierto para violín Opus 28.

composer Johan Halvorsen

El compositor noruego Johan Halvorsen

Tras el feliz descubrimiento de la partitura original, Henning Kraggerud, compatriota de Halvorsen, fue el primero en resucitar, tras más de un siglo, la pieza perdida, concretamente el 3 de julio de 2016 en el Festival de Música de Cámara de Risør en Noruega

La pérdida del Concierto para violín de Halvorsen fue lamentada durante mucho tiempo en los libros de música de Noruega. «Cuando crecí, amaba la música de Halvorsen», comenta Kraggerud. «Había leído sobre este concierto; todo el mundo sabía que había sido escrito. Pero también pensaba que se había perdido para siempre, porque eso es lo que decían todos los libros».

Tras la muerte de Kathleen Parlow en 1963, muchas de sus posesiones fueron donadas a la Biblioteca de la Facultad de Música de la Universidad de Toronto. Pero la partitura de Halvorsen, en lugar de ser catalogada junto con otras partituras, permaneció entre sus posesiones personales, como hicieron con fotografías u otros documentos.

«Encontraron la partitura completa y las partes de orquesta, pero no una parte de violín separada. Ni la reducción original para piano, que saben que se hizo», comenta Kraggerud. En otras palabras, tuvieron que extraer la parte de violín solo de la partitura completa. «La partitura completa es muy útil, pero aún así, asumiríamos que la parte de violín separada que tenía Kathleen Parlow probablemente tendría algunas correcciones o alteraciones, si alguna vez se encuentra».

Pero conozcamos mejor a nuestra prodigiosa violinista ¿cuál es su historia?

Conocida como «la violinista canadiense», o «la dama del arco dorado», nació en Fort Calgary, Alberta, Canadá, el 20 de septiembre de 1890.

Su primer contacto con el violín lo tuvo a los cuatro años, cuando su madre la llevó a San Frandisco, EE.UU., y le compró un pequeño instrumento de tamaño medio con el que comenzó a tomar lecciones de un primo suyo que era profesor. Su progreso fue tan rápido que pronto cambió de profesor para recibir lecciones de Henry Holmes, un conocido violinista, compositor y educador musical británico.

Pero para conseguir su sueño de llegar a ser concertista profesional en aquella época era necesario mudarse a Europa, cosa que hizo en 1905, con muchos esfuerzos y penurias económicas, para buscar a uno de los mejores maestros de la época: Leopold Auer. Su talento inato la llevó más adelante a Rusia donde, al año siguiente se convirtió en, no sólo la primera extranjera alumna del Conservatorio de San Petersburgo, sino en la única mujer de entre los cuarenta y cinco alumnos.

Sólo un año después, y con apenas diecisiete años, Kathleen Parlow comenzó a realizar actuaciones públicas: San Petersburgo, Helsinki, Berlín, además de una gira por Países Bajos y Noruega, donde actuó para los entonces reyes Haakon y Maud. En Noruega consiguió el favor del potentado y mecenas Einar Bjørnson, quien le compró un Guarnerius del Gesù de 1735, anteriormente propiedad de Viotti.

Con este respaldo, Parlow viajó por Europa con su madre durante cinco años, aun bajo la influencia e inspiración de Auer, a quién se refería como «Papa Auer».

Los siguientes años la encontramos realizando innumerables giras a ambos lados del Atlántico, participando en diferentes festivales, en un concierto benéfico para los supervivientes del Titanic, y empezando a frecuentar la música de cámara de la mano del pianista italiano Ernesto Consolo.

Más adelante las giras continuaron, pero leemos que el cansancio, el estrés, o tal vez problemas personales y sentimentales la llevaron a descansar durante un año. 

Tras este parón la situación económica la obligó a retomar su carrera, con cierto éxito pero con poca rentabilidad económica. Esta falta de recursos la llevó a ir abandonando su posición como solista y a iniciar una labor docente en la Juillard School, a colaborar con orquestas o a integrar diferentes pequeñas agrupaciones como el Canadian Trio y el Parlow String Quartet.

En el final de su carrera, la encontramos lejos del esplendor de su juventud; un caché menguante y una situación financiera deteriorada que llevaron a sus amigos a establecer un fondo para ayudarla. Finalmente, consiguió un puesto de directora en la Facultad de Música de la Universidad de Western Ontario, puesto en el que continuó hasta su muerte en 1963. 

De la Kathleen Parlow pujante podéis escuchar esta viejísima y encantadora grabación, realizada a petición de Thomas Edison y registrada sobre rodillo en 1913, una versión de un nocturno de Chopin.

https://www.youtube.com/watch?v=jlA4GNH3ODw 

El concierto de Halvorsen

Sobre este concierto no puedo contaros nada mejor de lo que explica el encargado de volver a traerlo a la vida, el violinista Henning Kraggerud en la web violinist.com:

¿Cómo es el concierto?

«Cuando comencé a aprenderlo, en primer lugar, rápidamente me di cuenta de que no era un concierto fácil», dijo Kraggerud. «También vi lo inteligentemente que estaba escrito para el instrumento. Halvorsen era un excelente violinista. Cada vez me di cuenta más… de que es una pequeña obra maestra».

Halvorsen condimentó el concierto con música folclórica noruega, incluidas referencias a la música de violín de Hardanger (violín tradicional nórdico) y, en el último movimiento, un baile llamado halling.

«Es un baile que siempre termina cuando el bailarín principal intenta patear un sombrero de una persona o de un bastón que está en el aire», dijo Kraggerud. Halvorsen le dio a esto un equivalente musical en el concierto: «En el último acorde, se puede escuchar el violín golpeando un armónico alto en la cuerda Sol como un equivalente musical de esta característica del baile». La tensión se mantiene alta hasta el final del baile»… porque nunca sabes si te vas a perder el sombrero, o en el caso del violín ¡el armónico! Es un baile muy emocionante».

Kraggerud, que también es director artístico de la Orquesta Filarmónica de Cámara del Ártico, es un compositor prolífico y ha escrito más de 200 obras.

«Me siento muy relacionado con Halvorsen, siendo a la vez compositor y violinista», dijo Kraggerud. «Me gustan mucho los antiguos compositores violinistas como Halvorsen, Svendsen, Ysaye, Kreisler, Spohr. Y hablando de compositores violinistas, por supuesto que Mozart era un compositor violinista, y Haydn también lo era».

Kraggerud cree firmemente en la unión entre tocar y componer y se esfuerza por fomentarla en sus alumnos y en los compositores en ciernes que encarga. «Tanto por el bien de componer como por el de tocar, no creo que sea saludable que se hayan separado», dijo Kraggerud.

La educación musical de Kraggerud estuvo impregnada de composición e improvisación. De hecho, en lugar de tocar estudios de Kreutzer, su maestro Emanuel Hurwitz simplemente le daba una técnica (terceras, octavas) y le decía que compusiera sus propios estudios para practicarla. (Sus otros profesores incluyeron a Camilla Wicks, Leif Jørgensen y Magna Halvorsen).

«Hasta el día de hoy, empiezo cada día improvisando durante unos 20 minutos», dijo. «Una de las razones por las que hago esto es que quiero que el camino desde el pensamiento hasta la salida sea instantáneo. Personalmente, estoy en contra de esta idea de controlarlo todo, mirando el arco y los dedos; creo que el cerebro funciona mejor si puedo liberarlo. Y si necesito trabajar en algún aspecto técnico básico, todavía lo hago como una improvisación. ¡Es mucho más divertido!»

Opus 28, la película

No sabemos mucho aún de la película que se está llevando a cabo sobre Kathleen Parlow. Pero sabemos que hay una curiosa razón por la que Sofia Bohdanowicz, su directora, eligió contar su historia y la del concierto de Halvorsen, y es que Kathleen le dio clases de violín a su abuelo.

Otro detalle que también conocemos es que a la legendaria violinista la interpretará María Dueñas, con lo que conseguiremos, gracias a Dios, ver una interpretación creíble (y no dudo que una interpretación del concierto de Halvorsen memorable). Creo que es una gran elección por la gran expresividad de María Dueñas y, debo decir, por su también parecido con la joven Parlow.

Estoy deseando poder verla para conocer más sobre ella y sobre la azarosa historia de la obra que le da título.

violinista Kathleen Parlow tocando el violín
violinista María Dueñas