“Era el siglo de la carroña, la morgue resultó ser más popular que el boudoir”.
· Gautier, prefacio a Mademoiselle de Maupin, 1834 ·
Kawabata afirma que el virtuosismo de Paganini no era solo técnico, también era dramático, es decir, él mismo lo aprovechaba para hacer teatro y, con ello, dinero, poder, fama y, por supuesto, mujeres. Cada capítulo está dedicado a cada una de estas facetas del genio (su virtuosismo, su ansia de poder y dominación, su hipersexualidad y su avaricia monetaria), para demostrar que su etiqueta de ‘demoníaco’, en realidad escondía todos estos aspectos que él mismo cultivaba con fruición. Además del relato de Kawabata, para acercarnos a su figura también contamos con el famoso Retrato de Paganini de Delacroix, el retrato que le hiciera Ingres y algunas otras imágenes de la época, como caricaturas o el falso daguerrotipo que realizó un luthier en el siglo XIX.
Kawabata comienza analizando el famoso virtuosismo técnico de Paganini: salvajes cascadas de arpeggios, ritmos sincopados, dramáticos efectos de pizzicato, como podemos escuchar en su famoso Capriccio n 24, tocado por una jovencísima Hilary Hahn.
Se ganó al público con su famosa composición sobre una sola cuerda, La fantasía de Moisés, que podemos ver en una magistral y circense interpretación de Antal Zalai, precisamente como la debió tocar el propio Paganini, quitando todas las cuerdas del violín salvo la cuerda sol.
Se dice que al ejecutar su famoso Moto perpetuo, conseguía tocar 2.272 notas en tres minutos y 20 segundos. Paganini parecía exceder los límites de la capacidad humana, su interpretación resultaba incomprensible, increíble. Él comenzaba donde terminaba la razón, sus dobles armónicos eran imposibles y el público enloquecía.
¡Tendría que haber visto lo asombroso que era! Se balanceaba hacia delante y atrás como si estuviera bebido. Sus pies iban por libre y zapateaba con ellos, lanzaba los brazos al aire y después en otra dirección; los estiraba como si fueran alas y suplicaba al cielo, la tierra y a toda la humanidad para que le ayudaran en sus grandes designios. Entonces, permanecía de pie con los brazos extendidos y se persignaba. Era el sinvergüenza más magnifico que la Naturaleza haya inventado jamás. Alguien debería pintarle. Tocaba divinamente…
El supuesto carácter demoníaco del virtuoso, fruto de un pacto con el diablo, es ya legendario. Él mismo lo alimentó con composiciones como el “La danza de las brujas” (escúchenla, en solo suspiro, a manos del gran Ruggiero Ricci), pero sobre todo lo reflejaba a través de su aspecto.
En el retrato de Delacroix lo podemos vislumbrar: de rostro demacrado, ojos cerrados, pálido, el cuerpo ondulado como un arabesco, las caderas hacia un lado, las piernas hacia otro y un inquietante manto verdoso como fondo. De pequeño tamaño, apenas 40 x 30 cm, el cuadro incluye todo el cuerpo de Paganini, no solo el busto, señal de que debemos percibirlo en toda su integridad. Todo él es un signo expresivo, no hay realismo ni precisión en el cuadro, está pintado con gruesos empastes y pinceladas fluidas, parece titilar como una llama pero el rostro y las manos poseen el relieve del óleo, granuloso, picado, como los estragos del cólera. Aquí, lo sagrado da paso a lo profano, lo ideal a lo decadente, es un lenguaje que habita en lo enfermo, lo mórbido, lo repulsivo y misterioso, tan característico de los románticos. El Paganini de Delacroix resulta grotesco, abyecto, como el efecto devastador del cólera sobre los individuos: el rostro se amorataba, los ojos quedaban oscuros y vacíos (un síntoma denominado “cianosis” o “facies cholérique”), el cuerpo se deformaba con terribles dolores o quedaba convertido en un cadáver vivo, inerte y frío como el hielo (“cadavérisation”). Hasta la voz del paciente podía adquirir una tonalidad profunda, cavernosa. El doctor personal de Paganini reconocía los rasgos como de “cadaverisatión” colérica de su paciente:
…entró en un estado cataléptico que le tuvo todo el día como si aparentemente hubiese muerto. Su familia, desesperada, pensó que ya no vivía. Le envolvieron en un sudario y se disponían a colocarlo en un ataúd cuando un leve movimiento de su cuerpo reveló que todavía estaba vivo.
…tal Paganini que, con su poderoso arco, que evocaba el cólera que asolaba la ciudad, ¡entumecida de terror! El también tenía la actitud y la apariencia de un fantasma; su sonrisa era escalofriante; podía matarte con la mirada. A día de hoy, nada puede cambiar mi convicción de que este hombre ya estaba muerto cuando llegó a Paris por primera vez. Un alma en pena, un espíritu vagabundo que iba de ciudad en ciudad, mientras esperaba el tiempo y la señal del descanso final.
Parece ser que la salud del genio era delicada: padecía tuberculosis, laringitis crónica, fiebre, calambres estomacales debilitantes, sífilis y gonorrea. No iba a ninguna parte sin su doctor y a ello se sumaba el placer del virtuoso por auto-flagelarse. Durante su visita a París, en junio de 1832, hizo que le quitasen todos los dientes voluntariamente, aduciendo un fastidioso dolor de boca, o es que quería parecerse realmente al Rey Peste:
Todos huyen de París por el cólera…sin embargo, yo me divierto contemplando como entierran a las víctimas en el cementerio.
Kawabata prosigue con otra faceta oscura de nuestro genio: su hiper-eroticismo y su violencia. Paganini dedicó muchas de sus composiciones a algunas de sus conquistas y muchas otras son de tema amoroso como, ‘Là ci darem la mano’ o ‘Nel cor piú ni min sento’, que utilizaba como vehículo para exhibir su virtuosismo y su poder de seducción diabólica, escenificando, según Kawabata, auténticas violaciones.
Lo demoníaco se superponía a lo diabólico y muchas de las actuaciones del maestro podían ser consideradas como ataques sexuales violentos. Todo ello alimentado por la leyenda que afirmaba que él mismo había violado a una prostituta en Parma, lo que supuso su consiguiente encarcelamiento. Sí, Paganini conquistó a más mujeres que Don Juan. Las féminas le adoraban a pesar de su aspecto. La propia Mary Shelley, autora de “Frankenstein”, así lo declara en varias cartas que nuestra autora recoge. El culto a Paganini tuvo mucho que ver con la histeria de las mujeres, que fueron las primeras europeas que acudían a un concierto público en la historia.
Todo ello estaba al servicio de la dominación y la conquista del genio: dominaba al público, dominaba el mercado incluso dominaba a la orquesta. Controlaba todo en el escenario, la orquesta que se contrataba, los músicos, el personal de servicio o las entradas, que a veces llegaba a vender él mismo antes del concierto. Después se lanzaba al escenario con su violín y, en el intermedio, seguía vendiendo más.
Es indudable que una muestra importante de la genialidad de Paganini son sus propias composiciones aunque, al final, él tocaba su música casi exclusivamente para garantizar su propio lucimiento y beneficio. Kawabata disecciona en su libro varias de sus partituras más famosas para demostrar cómo conseguía tener más volumen que la orquesta a través de estridentes y alambicadas disquisiciones compositivas.
Al igual que la fragilidad física, el dolor o la enfermedad, el aspecto de Paganini se adaptó a la condición primordial del creador romántico, del artista moderno, frente al ideal clásico de “mens sana in corpore sano”. El propio Delacroix era también un hombre enfermizo y consumido que “a pesar de sus temblores, nunca dejó de soñar con cubrir enormes muros con sus grandes composiciones”, según Baudelaire. Paganini, con su aspecto enfermo pero cuidadosamente cultivado, que dominaba su físico, su violín, su actuación y el mercado en sí, es el epítome del artista moderno transfigurado, por su época y su persona, en el Rey Peste.
Sin duda, era un París extraño aquel en el que los arlequines iban cayendo con el rostro amoratado por el cólera en tiempos de carnaval. Dice Heine en sus Diarios parisinos de entonces que los muertos eran enterrados tan rápido que no había dado tiempo a quitarles el disfraz.
“tan alegres como cuando estaban vivos, así yacen ahora en sus tumbas”.
En ese oscuro París de la peste en el que Paganini triunfó tocando entre las tumbas como un cadáver redivivo más, el violín se convirtió en otra parte orgánica de su arruinado cuerpo. Nadie se había atrevido hasta entonces a tocar de aquella forma y en toda su integridad ese enfático miembro de madera y aire. Sí, eran tiempos de virtuosismo, pero también de carroña.
Paganini. The «Demonic» Virtuoso
Kawabata, Mai
- ISBN: 978-1-84383-756-5
- Editorial: Boydell Press
- Año de la edición: 2013
- Encuadernación: Cartoné
- Formato: 24×15
- Páginas: 288
- Idiomas: Inglés
Hola, donde puedo adquirir este libro
Gracias
Hola Yolanda, de momento solo está en inglés, y puedes comprarlo por ejemplo en El Argonauta: https://www.elargonauta.com/libros/paganini-the-demonic-virtuoso/978-1-84383-756-5/
Un saludo,
Muchisimas gracias, a ver si con suerte se edita en castellano, es una figura que me interesa mucho.
Salu2
Hola Yolanda, efectivametne el libro se puede comprar en inglés, pero parte de lo escrito en el artículo aparece en otro libro que precisamente traduje hace un tiempo: Frances S. Connely, «Grotesco y arte moderno», La Balsa de la Medusa, A. Machado Libros, 2018. El libro lo puedes encontrar en las Librerías Machado de Madrid y en su web, tiene un capítulo entero dedicado a Paganini y su presencia en el París de la peste de la época.
Un saludo
Con todos los respetos, el artículo comenta que Paganini tocaba 272 notas de su Moto Perpetuo en 3 minutos 20 segundos. No se de donde han sacado esa información, el moto perpetuo tiene 2989 notas contadas, distribuidas en 188 compases, ¡casi 3000 notas!. De todas ellas, solamente las cinco finales no son semicorcheas, sino dos corcheas, dos notas de adorno en arpegio y una blanca. Es decir, la obra tiene 2984 semicorcheas, lo que para ser tocado en 3 minutos 20 segundos daría un tempo de pulso de negra a 229. Aproximadamente y sin tener en cuenta los 4 «restez» ni los 2 acentos «forzando».
Solo por dar otro dato, Itzhak Perlman lo toca con la negra a unos 180 bpm.
Hola Andrés, pues tienes toda la razón, una simple búsqueda me ha permitido comprobar que la cifra real que menciona el libro son 2.272 notas, de modo que gracias por avisarnos, ya está corregido el error. https://books.google.es/books?id=P1qJRimF6noC&printsec=frontcover&hl=es#v=onepage&q&f=false
Y de paso he incluido una versión de Perlman de la pieza.
Un cordial saludo,
Supongo que en esas 2.272 notas que menciona el libro no están incluidas las de los 46 compases de la exposición, según el modelo de repetición con 1º y 2º vez. Es decir, la autora las ha debido contar como aparecen en la partitura pero no como se ejecutan. De ahí la discrepancia con las 2.989 notas que son las que se tocan en realidad. Perlman añade una nota más, hasta 2.990, porque, al estilo de la época, hace la anacrusa de la nota final que no está en la partitura.
En definitiva, y para poder recordarlo mejor, casi 3000 notas.
Un saludo.
Ciertamente, eso parece, gracias por la apreciación.
A veces, como es el caso, una enfermedad te puede beneficiar e incluso convertirte en un virtuoso de algo, en este caso el violín. Las paradojas de la vida.
Algunas veces, como con Paganini, una enfermedad puede ser beneficiosa e incluso convertirte en virtuoso en algo, como en este caso con el violín. Paradojas de la vida.
También pasa, por ejemplo, en algunos casos de autismo.