Tengo un tipo de sueño recurrente: me encuentro en una situación en la que debo realizar alguna tarea sobre la que no tengo ni el más remoto conocimiento. Puede ser conducir un coche de fórmula uno o una avioneta, hablar en público de algún tema que desconozco o, en el ámbito musical, encontrarme sobre un escenario con un instrumento que no he tocado nunca o interpretar alguna melodía desconocida.

Y no solamente en sueños. Recuerdo una exposición que tuve que realizar durante la carrera para la que no estaba nada preparado. La combinación de falta de conocimientos y miedo escénico retroalimentándose mutuamente me llevó a padecer uno de los peores momentos en público, una situación sin escapatoria en la que veía materializarse mis habituales pesadillas.

¿Y por qué tenemos que pasar esos miedos, esas verguenzas? ¿Por qué rechazamos y ocultamos, nuestras debilidades, cuando son naturales y propias de todos los seres humanos?

Es habitual que un estudiante de violín no desee ser escuchado hasta que acumule ya varios años de aprendizaje (yo desde luego me negaba). Y sin embargo hay artistas, de cualquier disciplina, para los cuales la perfección técnica puede resultar también a veces una atadura que oculta las posibilidades expresivas del error, de la casualidad, de lo desajustado.

Ya los dadaístas vislumbraron el mundo que se abría fuera de la tradición, de la academia, del conocimiento asumido como inamovible, y exploraron los mundos descoyuntados, humorísticos e ilógicos que se mostraban al desprenderse de la razón.

Para muchos, aquello era lo contrario al arte y a la belleza. Pero para muchos otros, era una excitante y liberadora manera de desprenderse de lo burgués y lo conocido, aunque, como todo, el dadaísmo y otros movimientos afines terminaron convirtiéndose a su vez en un recurso más a la hora de enfrentarse al hecho artístico. Y un recurso que también ha dado frutos cuando menos interesantes en música.

¿Y a cuento de qué viene toda esta introducción?

Pues son reflexiones que me venían a la cabeza al leer en Jot Down la historia de la Portsmouth Sinfonia, probablemente una orquesta absolutamente única en la historia, y de su creador, Gavin Bryers. Sinceramente, el artículo es tan bueno que podríais ir allí directamente sin necesidad de leer este, pero vaya, no puedo privarme de compartirlo a mi manera en Deviolines.

Gavin Bryers, el inglés de las ideas… diferentes

Gavin Bryers

El compositor y contrabajista Gavin Byers: Fuente: Andy Newcombe Farnborough, UK – P1090381, CC BY-SA 2.0, 

 

A Gavin Bryers, el fundador de la Portsmouth Sinfonia, ya lo conocíamos un poco por aquí porque es el compositor de la pieza «The Sinking of the Titanic«, una obra conceptual y abierta cuya inspiración proviene de la idea de que la orquesta del Titanic habría continuado tocando mientras el barco se hundía, creando para ello la distorsión de los sonidos por los efectos del agua, voces, maderas que crujen, y toda una serie de recursos variables que consiguen sumirnos en un estado de melancólica pérdida. Podéis leer lo que publiqué sobre ese tema en este artículo.

The Sinking of Titanic, de Gavin Bryers, por la Trinity Laban String Ensemble

Y es que Bryers, además de contrabajista, es un compositor y productor inglés muy amante de la experimentación y ha explorado en en estilos musicales muy diferentes, como el jazz, la improvisación libre, el minimalismo, la música experimental y de vanguardia, el neoclasicismo y el ambient.

Un segundo ejemplo de sus fuentes de inspiración lo encontramos en el tema Jesus’ Blood Never Failed Me Yet, una construcción armónica y llena de veladuras alrededor de una simple grabación realizada a un mendigo que cantaba en la calle y que reproduce sus trece compases en bucle decenas de veces, mientras el sonido de las cuerdas aparecen, se desarrollan y vuelven a desparecer a su alrededor.

Blood Never Failed Me Yet, de Gavin Bryers, por la PsapphaEnsemble

 

El propio autor explicaba así cóm surgió esta composición:

En 1971, cuando vivía en Londres, estaba trabajando con un amigo, Alan Power, en una película sobre las personas que vivían en la calle en el área alrededor de Elephant and Castle y la estación de Waterloo. En el transcurso de la filmación, algunas personas comenzaron a cantar borrachos, a veces fragmentos de ópera, a veces baladas sentimentales, y uno, que de hecho no bebía, cantó una canción religiosa Jesus’ Blood Never Failed Me Yet, (La sangre de Jesús nunca me falló aun). Finalmente ese fragmento no se usó en la película y me dieron todas las secciones de cinta sin usar, incluida esta.

Cuando lo toqué en casa, descubrí que su canto estaba afinado con mi piano, e improvisé un acompañamiento sencillo. También me di cuenta de que la primera sección de la canción, de trece compases de longitud, formaba un bucle eficaz que se repetía de forma un poco impredecible. Llevé el bucle de cinta a Leicester, donde trabajaba en el Departamento de Bellas Artes, y copié el bucle en un carrete continuo de cinta, pensando en quizás agregarle un acompañamiento orquestado. La puerta de la sala de grabación daba a uno de los grandes estudios de pintura y dejé la cinta copiando, con la puerta abierta, mientras iba a tomar un café. Cuando regresé, encontré que la sala, normalmente animada, estaba anormalmente apagada. La gente se movía mucho más lentamente de lo habitual y algunos estaban sentados solos, llorando en silencio.

Me quedé desconcertado hasta que me di cuenta de que la cinta seguía sonando y que habían sido abrumados por el canto del anciano. Esto me iluminó sobre la fuerza emocional de la música y de las posibilidades que ofrece el agregar un acompañamiento orquestal sencillo, aunque en evolución gradual, que respete la nobleza y la fe sencilla del vagabundo. Aunque murió antes de que pudiera escuchar lo que yo había hecho con su canto, la pieza permanece como un testimonio elocuente, pero discreto, de su espíritu y optimismo.

La pieza fue grabada originalmente en el sello Obscure de Brian Eno en 1975 y una versión sustancialmente revisada y ampliada para Point Records en 1993. La versión que toca mi conjunto fue creada especialmente en 1993 para coincidir con esta última grabación.

No cabe duda de que, a pesar de la sencillez y falta de pretensiones del canto del mendigo, o quizás gracias a ellas, posee una honestidad y una claridad que impactan intensa y profundamente en nuestras emociones, y este hecho nos habla de que, quizás, no debería ser necesario mucho más para expresar, para conectar emocionalmente con nuestros semejantes. Y es que ¿acaso tiene otra finalidad la música?

La Portsmouth Sinfonia, la mejor peor orquesta del mundo.

Es en 1970 cuando nuestro amigo Byrnes arranca el tercer proyecto del que voy a hablar hoy, una ocurrencia extraña pero consecuente con la idea de aceptar los sonidos no intencionados y dar la espalda a la técnica y la academia, y que es en definitiva la razón de ser de este artículo: Byrnes escoge un grupo de estudiantes de la Portsmouth School of Art y  funda la Portsmouth Sinfonia, una criatura improbable en el mundo de la música profesional que llevó a la realidad mis terrores nocturnos y los abrazó sin miedo.

Y es que esta agrupación fue creada con el criterio de que cualquiera podía unirse a ella y tocar, literalmente, cualquier instrumento, supiera tocarlo o no, e incluso quienes sabían tocar un instrumento eran invitados a escoger otro que no hubieran tocado en su vida. De esa manera, democratizando de manera radical la sacrosanta y elitista música clásica, la Portsmouth Sinfonia emprendió una carrera suicida en busca de la libertad y la desinhibición absoluta.

Como muestra de esta falta de complejos podéis escuchar esta versión del clásico de Strauss (porque siempre interpretaban temas muy conocidos por todos para que al menos tuvieran una oportunidad) «Así habló Zaratustra»:

Probablemente lo primero que se os venga a la cabeza es el factor humorístico de escuchar una pieza del santificado y venerable mundo clásico tratado de forma tan irreverente y descoyuntada. La interpretación no es que sea defectuosa o poco profesional, es que es llanamente un desastre absoluto en el que es difícil encontrar una nota en su sitio. ¿Cómo se puede tocar así y además tener la osadía de grabarlo y publicarlo?

Porque, además, no es que los integrantes de esta Orquesta tocaran sin preocuparse por hacerlo bien, o fallando a propósito, no. Los músicos de la Portsmouth intentaban tocar lo mejor posible, debían acudir a los ensayos y se tomaban en serio su labor. Pero entonces ¿es esto una broma musical? ¿un chiste? ¿una manera de buscar que la música produzca efectos distintos a los esperados?

Portsmouth sinfonia

Miembros de la Portsmouth Sinfonia se dirigen al ensayo. Fuente: The World’s Worst: A Guide to the Portsmouth Sinfonia

Hay que tener en cuenta que Bryers había sido discípulo de gente como John Cage, ya sabéis, es compositor al que todo el mundo conoce por haber concebido la obra 4.33, en la que una orquesta se mantiene en silencio durante exactamente ese tiempo, o de otros vanguardistas como Morton Feldman o Earle Brown, autores que rompían la estructura concreta de la música introduciendo la casualidad, la aleatoriedad o la libre interpretación. Así que deduzco que lo que buscaba, además de introducir el factor humorístico, era «encontrar» sonidos y formas realmente nuevas con las que romper la inercia de lo correcto y provocar reacciones distintas y nuevas en el público.

Es admirable que un proyecto así naciera cinco años antes del Punk, ese estilo musical revulsivo que surgió a medidados de los 70 en el que saber tocar la guitarra no era tan importante como la actitud, la rabia y «las pintas».

Al igual que Malcolm Maclaren eligió a Sid Vicius para sus apadrinados Sex Pistols por su imagen potente aunque no tuviera ni idea de cantar, la Portsmouth encargó la dirección a un tal John Farley alegando que este señor «tenía pinta de director de orquesta». Una decisión que Lampard, otro miembro fundador que se inició en la orquesta con un saxofón que había comprado el mismo día rememoraba así:

Farley tenía buena presencia, pero no sabía nada sobre música. Recuerdo cuando inició el vals “El Danubio azul” marcando “un, dos, tres, cuatro”. Aquello fue el caos.

 

El director John Farley

John Farley, el enigmático director de la Phortsmouth Sinfonia, en plena ejecución. Fuente: https://portsmouthsinfonia.com/media/

 

Así que podríamos decir que la Portsmouth era la versión Punk de la música clásica, y ese espíritu cautivó a músicos profesionales y talentosos como el compositor Simon Fisher Turner, el productor Clive Langer, Brian Eno (tocando el clarinete, que desconocía) o Michael Nyman, quien, en 1970, tras asistir a uno de los conciertos de la orquesta confesó:

Contemplé toda la primera parte y me sentí tan emocionado, entretenido y excitado como para acercarme durante el descanso a Gavin y preguntarle “¿Hay algún instrumento libre? Me gustaría unirme”. Tenían un violonchelo disponible, así que, de repente, me encontré tocando “En la gruta del rey de la montaña” durante el segundo acto.

 

Clásicos populares por la Portsmouth Sinfonia, Transatlantic Records/TRA 275 1973

La reacción de Nyman no era algo aislado; había algo irresistible, entre cómico y sugestivo en ver a un montón de adultos tocando como aprendices, esforzándose sin acierto y materializando inconcebibles obras a partir de las piezas clásicas más famosas. Porque debían ser temas que todo el mundo conociera de antemano y tuviera en su cabeza, para poder interpretarlo después.

Fue tal su éxito que el 28 de mayo de 1974 dieron un concierto en el Royal Albert Hall con el director John Farley, que vendió miles de entradas. El mismo año grabaron su primer disco: Portsmouth Sinfonia Plays the Popular Classics, un elepé que la revista Rollling Stone nombraría como «Mejor álbum de comedia del año».

Portsmouth sinfonia en el Albert Hall

La Porstmouth Sinfonia en el Albert Hall junto a Sally Binding. Imagen: Portsmouthsinfonia.com

En la actuación del Albert Hall, el propio Bryars se sentó al cello, Eno se encargó del clarinete y Nyman optó por un bombardino. «Estábamos flotando», recuerda.

James Lampard, otro miembro fundador que se inició en la orquesta con un saxofón que había comprado el mismo día afirmaba:

Subimos al escenario pensando ¿Qué coño hacemos aquí?

Brian eno con su método de clarinete

Brian Eno posa muy contento con su método de clarinete recién comprado, después de unirse a la Portsmouth Sinfonia. Fuente: The World’s Worst: A Guide to the Portsmouth Sinfonia

 

La vida de la Portsmouth Sinfonia duró una década. En 1979 ofrecieron su último concierto y, aunque oficialmente continuaron en activo, su popularidad fue decreciendo paulatinamente.

¿Y por qué dejaron de sorprender y gustar al público? Pues probablemente porque, tras tantos años de ensayos y conciertos, habían aprendido a tocar de forma más o menos decente. Ya no eran una sorpresa. Ya no se producían esas nota tan disparatadas que hacían tan felices a los oyentes. Una paradoja, sí, que cuanto mejor tocaban menos éxito tenían.

Y probablemente también hay otro factor. ¿Recordáis lo que contaba al principio sobre mis miedos y pesadillas sobre hacer algo que no sé hacer en público? Pues bien, los miembros de la Portsmouth eligieron voluntariamente enfrentarse a esa situación, liberarse del miedo, de la verguenza, de los convencionalismos, lanzarse a hacer algo grandioso y absurdo sin temor a las consecuencias, y creo que para ellos, y para los que los vieron y escucharon, estas actuaciones producían un gran efecto liberador, que se materializaba en risas, por supuesto, pero también en esa sensación que sólo los niños experimentan de hacer cualquier cosa para aprender sin temores, sin ego, de que el mundo es infinito en posibilidades y en lo absurdo hay tesoros, procesos transformadores llenos de creatividad y sorpresas.

Esa sensación quijotesca de que todo es posible, todo vale y  las convenciones sólo son eso, convenciones. Pero eso es imposible de mantener. Como los niños, la Portsmouth Sinfonia creció, maduró y la capacidad de asombro, las risas y las sorpresas se fueron desvaneciendo.

Al final, el público sólo recordaba el chiste, las risas por lo ridículo , sin comprender que bajo la superficie de ese humor aguardaba la libertad.