Por qué Beethoven tiró el estofado (en papel)
Steven Isserlis, Antonio Machado, 2013
Steven Isserlis, autor de este best-seller para niños y mayores, es conocido por tres cosas: ser un gran violonchelista, un gran entusiasta y, también, por su pelo (Ya veréis el vídeo más abajo).
Personaje excéntrico y culto donde los haya, Isserlis se plantea este libro como una lectura para su hijo Gabriel, con la intención de que conozca a los mejores compositores de la historia, los conozca y entable amistad con ellos gracias a un sinfín de anécdotas y a unos retrataos desternillantes que se leen en un suspiro. A pesar de su sentido del humor, la obra no está exenta de hondura y sabiduría, sobre todo cuando Isserlis sintetiza en pocas palabras, el sentido de la música de nuestros protagonistas. Ciertamente, la música de Mozart parece haber brotado sola, como una planta, en esta tierra.
Cada capítulo está dedicado a uno de los grandes genios, se nos cuenta su vida y entre líneas vamos adivinando su carácter, también el carácter de su música, los momentos importantes de sus carreras, su aspecto, sus hábitos, etc…
Bach, qué decir de Bach, pues Isserlis nos cuenta que llego a tener veinte hijos, que tenía tan mal genio que un día se enfadó con un músico que tocaba tan mal, que le tiró la peluca (como veréis, a Isserlis le interesan profundamente las pelucas y todo lo que tiene que ver con el mundo capilar). Bach era un hombre apasionado por la música, probablemente solo se podría llegar a él a través de esta. “Cada nota que tocaba, era la justa”, dice Isserlis, y cada una de ellas está llena de inspiración. En ese sentido, no hay obra más justa, más exacata y compacta que las “Variaciones Goldberg”, que Bach compuso para que el conde Goldberg pudiera dormir, no sabemos si lo consiguió o se quedó toda la noche rumiando el aria. Escuchadlas en la interpretación de Glenn Gould de 1981, increíblemente más lentas que las que grabó en 1955, contemplad cómo toca el piano… agachado, encogido como en una concha. ¡Tocaba sobre un taburete al que mandó cortar las patas delanteras! ¡Cómo canta!
Proseguimos en este relato hilarante y entusiasmado con el pequeño Mozart, que era como un leoncito juguetón, un niño monísimo, con buen humor, que vestía a la moda y encantaba a todo el mundo. Estaba muy orgulloso de su pelo y siempre se empolvaba al peluca, pero todo el dinero que ganó, lo derrochaba. “Su música es como un fruto de la naturaleza, es difícil imaginar un mundo sin ella, y lo cierto es que yo preferiría no hacerlo”, nos dice Isserlis en una de esas frases inspiradas que trufan el libro y definen a la perfección la música de cada autor.
Entre las obras a escuchar nos propone el Concierto para piano nº 23 o cualquiera de sus maravillosas sonatas para piano que, en manos de Maria Joao Pires o Alfred Brendel suenan, realmente, como pajaritos cantando en su nido.
Beethoven vestía mal, iba despeinado, con el sombrero puesto de cualquier manera, su casa era un desastre, sucia, desordenada y encima tenía muy mal genio, tanto como para tirar un estofado al suelo a un camarero insolente que osó contestarle. Beethoven estaba sordo, malhumorado y era un obseso de determinadas cosas, le importaba todo, hasta cómo preparaba el café, ¡con solo sesenta granos por taza! “Gran parte de su música”-dice Isserlis- “parece que hubiera nacido al aire libre”, es heroica, puede ser lúgubre o deliciosa, demoníaca o gozosa.
Beethoven escribía todo el día la música que se le pasaba por la cabeza, escribía incluso en las cortinas y a medida que aumentaba su sordera, su música se hacía aún más bella. Como recomendaciones, escuchad la Patética o la Sonata llamada Claro de luna, la Tercera sonata para violonchelo y piano quizá sea una de sus obras más sosegadas y radiantes que se han compuesto nunca y su “Quinta sinfonía”, escrita mientras luchaba contra su sordera, “parece la obra de un hombre que desafía a su destino”.
Escuchemos esta última obra en la arrebatadora versión de Dudamel.
Y llegamos a Schumann, verdadero héroe de nuestro autor y que, efectivamente, nunca tuvo un comportamiento normal. Lo que compuso, hasta sus pensamientos, “parecían venir de otro mundo más bello, más dramático, más mágico que el nuestro”. Schumann era excesivo y depresivo, se enamoró de Clara, la hija de su maestro y probablemente la más grande pianista de su época. Schumann y Clara se amaron profundamente y tuvieron siete hijos, pero él cada vez era más raro, tenía manías, apenas hablaba, escuchaba voces y vivía, claramente, en una realidad paralela. Por eso, cuando aparece el joven Brahms, que sería otro músico maravilloso, con su rostro de niño, guapísimo, frente a un Schumann cada vez más raro y tripón, no es de extrañar que Clara también se enamorara de él. El pobre Schumann terminó en un psiquiátrico donde nunca paró de componer. Su última obra está basada en el susurro de un ángel, que le había cantado una maravillosa melodía: las Variaciones para piano en mi bemol mayor llamadas también Variaciones espirituales, realmente una melodía angelical. Isserlis nos recomienda también su concierto para cello op.129, que él mismo interpretó en una sesión memorable con Christophe Esenbachen, bien jovencito, en un video de imagen no muy nítida, pero con un escenario y una actuación sublimes. Puede compararse y digerirse con el mismo Concierto tocado por el mismo Isserlis varias décadas después, si aquella interpretación joven era el fuego, ésta es la sabiduría. Eso sí, el pelo sigue siendo el mismo.
Y llegamos a Brahms, pero al Brahms maduro, que tenía una barba tan poblada que se podría haber escondido dentro toda una familia de hamsters sin que nadie se diera cuenta. Brahms era como un erizo, con espinas y coraza pero tierno en su interior. Permaneció junto a Clara Schuman hasta el día de su muerte, pero nunca se casaron, la amó toda su vida, como testimonian algunas de las cartas que nos han llegado. Brahms adquirió fama en vida y quizá fue el primer compositor de la historia que se hizo rico con su música. Son memorables sus piezas de cámara, sobre todo el Sexteto nº 1 en si bemol mayor, también compuso extensamente para piano, obras que solía estrenar Clara, entre ellas unas Variaciones sobre un tema de Robert Schumann, en homenaje al maestro. Pero escuchemos su famosa nana, con la que todo niño del mundo occidental se ha dormido alguna vez, en la maravillosa interpretación de Yo-Yo Ma y Kathryn Stott.
Stravinsky tenía la cabeza como un huevo, nos dice Isserlis en su último relato, y el cuerpo era como el de un insecto (véase el retrato que le hiciera Robert Delanuy, donde la forma de huevo se aprecia bastante bien). Se nota que a nuestro autor no le gusta mucho Stravinsky ni tampoco su música, pero el personaje merece la pena. Adoraba tanto el dinero como el alcohol y era increíblemente tacaño. A Stravinsky le interesaban los sonidos, “la música no es más que música” decía, en ese sentido es uno de los grandes músicos del siglo XX. Sus ballets “Petruschka” o “La consagración de la primavera”, volvían loca a la gente, en la representación de este último hasta tuvo que intervenir la policía. Tampoco debéis perderos su obra “Circus polka”, escrita ¡para cincuenta elefantes bailarines! Nos aconseja Isserlis que si queremos escuchar algo francamente raro, lo hagamos con su canción “El Búho y el Minino”, ¡música ideal para niños extraterrestres!
Pero en vez de escuchar esta última canción, mejor será que esperemos a la segunda parte de este libro, titulada,¡ como no!, “Cuando Haendel se quitó la peluca”.
Muchas gracias, Mr.Isserlis.