Las cuerdas tienen a veces una difícil relación con la música contemporánea. Instrumentos formados a través de siglos para expresar un sonido bello y armonioso dentro de la tonalidad deben a menudo enfrentarse a obras que, en su lógica búsqueda de identificación con la realidad del mundo, aspiran a sonidos diferentes, ritmos antinaturales, armonías imposibles.
Steve Reich es uno de los grandes del minimalismo del siglo XX, junto a John Cage, Philip Glass y otros. Desde su juventud orientada al jazz se ha ido adentrando en la experimentación formal, sobre todo en el campo rítmico, donde ha realizado toda clase de trabajos entre los que llaman mucho la atención sus juegos con los «cambios de fase», pequeños desplazamientos del patrón rítmico que dan lugar a nuevas figuras rítmicas. (Recomendaría escuchar este «violin phase«, con diferentes ritmos por parte de cada músico, todo un desafío de interpretación). Y por supuesto muchas piezas con las querencias habituales del minimalismo: repeticiones y más variaciones, hasta que sumen al oyente en un estado cercano al trance, con variaciones muy sutiles que crean atmósferas muy potentes.
Este delicioso y luminoso dueto es quizás una mirada atrás de Steve Reich a la tonalidad familiar, sólo rota en algunos pasajes de anticlímax para llevarnos de vuelta agradecidos a esos motivos de violín que son como rayos de sol entre las ramas. Constantes frases de llamada y respuesta entre los violines, en una especie de canon imperfecto y atropellado, pisándose la una a la otra, superponiéndose, terminando a veces uno lo que otro ha comenzado en una emocionante trenza de sonido repetitivo.